Cada verso es un temblor,
cada paso un templo.
Cada beso es un sensor,
cada cama un sueño.
Cada paso es un abrazo,
cada avance muy ligero.
Cada roce un terremoto,
cada abismo un silencio.
Tus recuerdos pasan rápido,
cada cántico un segundo.
Cada letra un hurto
al tiempo de lo efímero.
Iré al infierno eterno,
por cada pensamiento estrofa,
por cada poema que te dibuja.
"You know nothing".
-But there's nothing you can do-.
cada paso un templo.
Cada beso es un sensor,
cada cama un sueño.
Cada paso es un abrazo,
cada avance muy ligero.
Cada roce un terremoto,
cada abismo un silencio.
Tus recuerdos pasan rápido,
cada cántico un segundo.
Cada letra un hurto
al tiempo de lo efímero.
Iré al infierno eterno,
por cada pensamiento estrofa,
por cada poema que te dibuja.
"You know nothing".
-But there's nothing you can do-.
Manuel Fernández-Galiano Amorós
Hoy la cosa va de homenajes. Y este va para Ana María Matute... una gran autora y mejor cuentista... DEP. Espero que disfrutéis este cuento suyo, titulado MAR.
Pobre niño. Tenía las orejas muy grandes, y, cuando se ponía de espaldas a la ventana, se volvían encarnadas. Pobre niño, estaba doblado, amarillo. Vino el hombre que curaba, detrás de sus gafas. “El mar -dijo-; el mar, el mar”. Todo el mundo empezó a hacer maletas y a hablar del mar. Tenían una prisa muy grande. El niño se figuró que el mar era como estar dentro de una caracola grandísima, llena de rumores, cánticos, voces que gritaban muy lejos, con un largo eco. Creía que el mar era alto y verde.
Pero cuando llegó al mar se quedó parado. Su piel, ¡qué extraña era allí! “Madre -dijo, porque sentía vergüenza-, quiero ver hasta dónde me llega el mar”.
Él, que creyó el mar alto y verde, lo veía blanco, como el borde de la cerveza, cosquilleándole, frío, la punta de los pies.
“¡Voy a ver hasta dónde me llega el mar!”. Y anduvo, anduvo, anduvo. El mar, ¡qué cosa rara!, crecía, se volvía azul, violeta. Le llegó a las rodillas. Luego, a la cintura, al pecho, a los labios, a los ojos. Entonces, le entró en las orejas el eco largo, las voces que llaman lejos. Y en los ojos, todo el color. ¡Ah, sí, por fin, el mar era de verdad! Era una grande, inmensa caracola. El mar, verdaderamente, era alto y verde.
Pero los de la orilla no entendían nada de nada. Encima, se ponían a llorar a gritos, y decían: “¡Qué desgracia! ¡Señor, qué gran desgracia!”.
Pobre niño. Tenía las orejas muy grandes, y, cuando se ponía de espaldas a la ventana, se volvían encarnadas. Pobre niño, estaba doblado, amarillo. Vino el hombre que curaba, detrás de sus gafas. “El mar -dijo-; el mar, el mar”. Todo el mundo empezó a hacer maletas y a hablar del mar. Tenían una prisa muy grande. El niño se figuró que el mar era como estar dentro de una caracola grandísima, llena de rumores, cánticos, voces que gritaban muy lejos, con un largo eco. Creía que el mar era alto y verde.
Pero cuando llegó al mar se quedó parado. Su piel, ¡qué extraña era allí! “Madre -dijo, porque sentía vergüenza-, quiero ver hasta dónde me llega el mar”.
Él, que creyó el mar alto y verde, lo veía blanco, como el borde de la cerveza, cosquilleándole, frío, la punta de los pies.
“¡Voy a ver hasta dónde me llega el mar!”. Y anduvo, anduvo, anduvo. El mar, ¡qué cosa rara!, crecía, se volvía azul, violeta. Le llegó a las rodillas. Luego, a la cintura, al pecho, a los labios, a los ojos. Entonces, le entró en las orejas el eco largo, las voces que llaman lejos. Y en los ojos, todo el color. ¡Ah, sí, por fin, el mar era de verdad! Era una grande, inmensa caracola. El mar, verdaderamente, era alto y verde.
Pero los de la orilla no entendían nada de nada. Encima, se ponían a llorar a gritos, y decían: “¡Qué desgracia! ¡Señor, qué gran desgracia!”.
Os dejo con este poema de Luis Alberto de Cuenca, para que lo disfrutéis en un ambiente apropiado para este aroma a verano. :)
Las conversaciones también inspiran...
y este se lo dedico a mis hermanas, Julia y Lucía.
La vida es un trazo de pintura sobre un folio en blanco.
Decido sobre los colores que impregnarán mi hoja;
tengo que pintar las líneas, rectas, curvas, delgadas, gruesas...
Y si te equivocas, no puedes volver atrás para borrar
la pintura ya está puesta.
La vida es una línea dibujada en una cárcel blanca,
trazas con colores o con manchas la dirección tomada,
no importa la forma en que coloques la vida en blanco,
la línea siempre es línea, te pongas como te pongas,
rayo de derecha a izquierda o de izquierda a derecha,
de arriba abajo, de abajo arriba, pero no:
la vida no tiene sentido, sigue siendo línea.
Nos vamos como vinimos al escribir el baile,
en blanco y buscando el sentido de una tilde,
de una trinchera, de una flecha, de las cicatrices,
de un camino, sin metas donde quede su final.
Borrón y cuenta nueva.
Manuel Fernández-Galiano Amorós.
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