Él me enseñó a contar los ríos.
Usó un grácil cristal como es el agua,
a través del cual mirar las horas
y el tiempo que pasa.
Las olas llegan una a una
y con cada cual nos arrebatan
un día menos en la cuenta.
Que existen los caminos me mostró
y que no se halla uno solo,
no solo se está uno,
cuando lo cortejan verdes brotes.
Allá el rocío borra la ruta del viajero.
Es una tarde mustia esta España,
hija de los grises alcores.
Es una tarde cenicienta,
no hay color en el hastío.
Somos los poetas hijos tuyos,
tradición es tradición de las cenizas,
que pasan a la tierra que transitas,
en la inefable tarde en compañía.
Manuel Fernández-Galiano Amorós.